Este fin de semana hice compras en un reconocido supermercado y grande fue mi sorpresa cuando me acerco a coger un paquete pequeño de mantequilla, de los simples, con envoltura de papel metálico, y veo que cada uno de los paquetes tenía pegado con cinta adhesiva una etiqueta antirrobo; sí, ese dispositivo plástico que contiene elementos electrónicos, como circuitos o imanes, que activan alarmas en las puertas de las tiendas si alguien intenta salir con un artículo que no ha sido desactivado adecuadamente en la caja.
Lo primero que pensé fue ¡qué oportunidad para la marca de mantequilla de venderse como la más valiosa!, sin embargo, lo segundo que pasó por mi mente fue la pobre persona a la que le tocó colocar uno a uno este dispositivo a cada mantequilla. Y es que, aunque el número de ladrones de mantequilla se haya disparado escandalosamente, una tarea como esa raya en lo absurdo.
Este caso, que parece anecdótico, puede servir de ejemplo para cuantificar los sobrecostos de una sociedad donde prima la desconfianza. Basta con contar las hora-persona dedicadas y el equivalente a su paga para tener un número, o quién sabe, tal vez el supermercado tuvo que contratar a una persona para la tarea de “etiquetar” mantequillas y muchos otros bienes más, lo que aumentaría la cifra con costos laborales y, si el recurso humano estuviese cubierto, también deberíamos pensar en lo que no se cuantifica tan fácilmente, como todas las tareas que podría estar haciendo esta persona que generen más valor.
La desconfianza en una sociedad es como una enfermedad crónica: un estado subyacente al que normalmente tratamos con paliativos y, si bien es cierto estas medidas pueden traducirse en gastos, lo que predomina es la pérdida de tiempo y malestar, que suelen valer más que su equivalente en horas-persona.
Alguna vez escuche algo muy cierto: el proceso por el que se construye confianza es uno que toma tiempo, es un proceso ladrillo a ladrillo; sin embargo, la pérdida de la confianza es casi inmediata, es como derribar esa pared de ladrillos con una bola de demolición. En sociedades donde la desconfianza prevalece, es más difícil lograr un sentido de unidad y colaboración, lo que obstaculiza el desarrollo y la resolución de problemas colectivos.
Este fin de semana estuve pensando en todas esas medidas que son el resultado de la desconfianza y su impacto en el día a día de los peruanos. No son pocas, los invito a hacer el ejercicio. Eso sí, no detengamos el ejercicio con la identificación del ladrón de la mantequilla, activemos la creatividad y empatía para ver soluciones innovadoras que nos ayuden a construir confianza.
Pamela Antonioli
Gerente general del Hub de Innovación Minera del Perú
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