Primera escena:
Corre el año 2018 y la Asociación de Gremios Productores Agrarios del Perú (AGAP) publica un libro denominado “Perú: La despensa del mundo”. Un país que en ese momento iba escalando posiciones a nivel mundial había logrado multiplicar casi por 8 sus agroexportaciones en los últimos 10 años. Había espacio para crecer más y aprovechar el hecho de contar con 84 de los 177 ecosistemas mundiales y 11 ecorregiones naturales para producir durante todo el año ya que el origen de esas agroexportaciones se concentraba principalmente en 3 regiones de la costa.
Segunda escena:
Corre el año 2022, tras poco más de 2 años de pandemia y a casi 3 meses de iniciada la guerra Ucrania-Rusia, y António Guterres, secretario general de la ONU, declara que “la inseguridad alimentaria grave se ha duplicado; en el último año, los precios mundiales de los alimentos han subido casi un tercio, los de los fertilizantes más de la mitad y los del petróleo casi dos tercios”.1 En el Perú, 15.5 millones de personas —casi la mitad de la población— se encuentran en situación de inseguridad alimentaria, según la FAO. Somos importadores de fertilizantes, de trigo y de maíz amarillo, el impacto en toda la cadena alimenticia resulta inevitable. La investigación en organismos genéticamente modificados (OGM) se detuvo en el tiempo en el 2011 con la Ley de moratoria de transgénicos, ampliada el año pasado hasta el 2035.
Tercera escena:
De acuerdo con el Observatorio Latinoamericano y del Caribe de Agua y Saneamiento (OLAS) del Banco Interamericano de Desarrollo (BID)2, América Latina y el Caribe (ALC) es la región más rica en agua del mundo, sin embargo, el 35 % de la población de la región vive en zonas de estrés hídrico medio-alto a extremadamente alto debido a que la distribución de la demanda de agua no se corresponde a la distribución geográfica de los recursos hídricos (en el Perú, la costa concentra el 70 % de la población y solo tiene el 1.8 % del agua). Se plantea un incremento en este porcentaje a un 60 % si se incluye en la ecuación la falta de capacidad institucional para preservar la calidad del agua y brindar servicios de agua frente al cambio climático y a la expansión de la demanda como resultado del crecimiento urbano.
Esta obra bien podría titularse abundancia que escasea. Un oxímoron en forma, pero no en fondo, ya que los abundantes recursos mencionados no logran maximizar su valor por falta de un recurso muy importante: el recurso humano. Cuando las capacidades de las personas, la valoración del conocimiento generado y su aplicación pasan a un segundo plano, como viene sucediendo en el país, no solo nos vemos impedidos de enfrentar las crisis a corto plazo, sino que se afecta las bases mismas de una sociedad con aspiraciones de crecimiento y desarrollo. Ese oxímoron en el Perú deja de ser retórico cuando, en un mismo mes, el gobierno quiere abrir la discusión en torno a un ministerio de ciencia, tecnología e innovación, pero no se inmuta ante la falta de respeto a la propiedad intelectual de terceros, atenta contra los avances logrados en el control de la calidad universitaria e insiste con apartar la meritocracia como criterio de importantes designaciones.
Por: Pamela Antonioli
Gerente general del Hub de Innovación Minera del Perú
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