Cuando pensamos en minería, muchos aún se la imaginan como en los dibujitos de antes: personajes con pico y pala entrando a una cueva y saliendo con piedras brillantes. O como en algunos videojuegos, donde basta cavar un par de veces para encontrar oro y empezar a hacerse rico.
La verdad es otra, mucho más larga, regulada y compleja.
Antes de que una mina empiece a producir, hay un camino enorme por recorrer. Todo comienza con permisos y trámites que no se ven. Una concesión minera, por ejemplo, no es un permiso para explotar, sino apenas el derecho de estudiar un terreno. Después vienen estudios ambientales, sociales y técnicos que detallan desde el uso del agua hasta la convivencia con las comunidades vecinas. Y todo eso está supervisado por distintas entidades del Estado que, además, deben ponerse de acuerdo.
El tiempo es otra de las grandes sorpresas. Mientras que la mayoría cree que el proceso es casi inmediato, lo cierto es que toma más de una década antes de que salga el primer gramo de mineral. En promedio, se habla de 12 a 15 años entre exploración, permisos y construcción. Pero también existen proyectos que, por la complejidad de la regulación o por conflictos sociales, pueden extenderse hasta 20 o incluso 25 años.
Es decir, abrir una mina puede tomar tanto tiempo como el que demora toda una generación en pasar por el colegio, la universidad e incluso insertarse en el mundo laboral. O, para ponerlo en sencillo, es como querer abrir un restaurante y pasar más de una década entre papeleos, diseño de la cocina y pruebas de menú antes de servir el primer plato.
La inversión tampoco es pequeña. Una mina formal no es “solo un hueco”, sino un ecosistema entero: carreteras, plantas de procesamiento, sistemas de agua, campamentos, presas de seguridad. Todo esto puede costar miles de millones de dólares antes siquiera de empezar a operar.
A veces se escucha la crítica de que las grandes empresas “acaparan” el mineral, que piden concesiones muy grandes y, como tienen plata, pueden esperar años sin usarla, dejando fuera a quienes se hacen llamar “artesanales”. La realidad es que una concesión no es una “apropiación” automática de la riqueza, sino un compromiso con el Estado. Tenerla implica hacerse responsable de que en ese territorio no se desarrollen actividades que generen contaminación, inseguridad o pasivos ambientales. También supone no solo comprobar que exista mineral, sino en qué concentración, y calcular, con esos datos y los precios del mercado, si realmente vale la pena o no extraerlo. En la minería formal esa decisión implica altos costos: extraer y procesar adecuadamente, garantizar que no se contamine, y , al final, restar de las ganancias el pago de impuestos correspondientes.
Y es ahí donde se marca la diferencia con la minería ilegal que suele disfrazarse de artesanal: muchas de las operaciones que hoy se presentan como “artesanales” en realidad usan maquinaria pesada, químicos y métodos que no tienen nada de artesanal. La formal cumple regulaciones, paga impuestos, invierte en comunidades, está bajo supervisión constante y está obligada a responder por sus impactos, con los costos que eso conlleva. La ilegal, en cambio, no cumple regulaciones, evade impuestos, contamina y genera conflictos. Es cierto: la formalidad es más lenta y más costosa, pero también más beneficiosa para el país y para quienes vivimos en él.
Y la historia no termina con la operación. Hoy, por ley, cada mina debe tener un plan de cierre desde antes de empezar a producir. Eso significa que hay regulaciones y compromisos para devolver el terreno a un estado seguro y estable cuando la vida útil de la mina termine. A diferencia de hace décadas, cuando quedaban pasivos mineros sin atender, ahora existe un marco legal que obliga a la remediación y que es vigilado atentamente por el Estado.
En todo este camino, la innovación juega un rol clave. Desde la exploración con drones e inteligencia artificial, hasta sistemas de recirculación de agua en la operación, pasando por tecnologías limpias en el cierre. Y es aquí donde el Hub de Innovación Minera del Perú entra en juego: para conectar a empresas, startups, universidades y organizaciones que aportan soluciones en cada etapa del ciclo minero.
La minería ya no se parece en nada a los dibujos animados de antes ni a los videojuegos. Es una industria que ha cambiado y que sigue cambiando para bien, de la mano de la innovación, la colaboración y la regulación.
Por eso, desde el Hub invitamos a más empresas mineras a sumarse, y también a proveedores que cuenten con capacidades de investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) sobre las cuales se puedan plantear pilotos o co-desarrollos con las compañías mineras. Creemos que el futuro del sector se construye de manera colaborativa, con proyectos que no solo resuelvan desafíos reales, sino que también generen valor compartido para la industria y para el país.
Valeria Ventura Mantilla
Gerente de comunicaciones y administración del Hub de Innovación Minera del Perú
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